viernes, 23 de abril de 2010

Léase al Mediodía


La mujer que no quería crecer
(Primera parte)


Por Zarkoff

Esto que les voy a contar ocurrió en El Seco (hoy San Salvador el Seco), un pueblito ubicado en el municipio de Chalchicomula, en el mero estado de Puebla.
Cuenta la leyenda que ahí vivía una familia con muchos hijos, y que Dios le había dado al matrimonio puros varoncitos. La familia trabajaba la tienda del pueblito. Decía la gente que los señores de la casa lloraban porque no tenían una mujercita que los fuera a cuidar cuando fueran ancianitos. Rogaban a Dios porque fuera posible que hubiera más de una hija. Desde su tercer varón la señora oraba a Dios todos los días para que les mandara hijas, pero al final ella se lamentaba “¡Dios no nos oye! Por el contrario, ya tenemos doce hijos y todos machos y ninguna hija que nos cuide, que me ayude con las labores domésticas, y en eso Dios ¡No es justo! Sí tengo sirvientas, pero no es lo mismo ¡Necesitamos una hija!”
Y así pasaban los años, y ella con la misma queja contra Dios. Un día, el señor estando en la cantina con sus amigos, éstos le decían “Oye Jacinto, y sí que estarás bien feliz, pues la Juana puros hombres te ha dado ¡eres la envidia del pueblo! Él —muy orgulloso— respondía: “Pues sí ¿Verdad? La verdad es que estoy muy orgulloso de mis hijos, pero ya ven, la Juana chilla y chilla por una mujercita. Dice que ella también necesita su compañera ¡Cosas de viejas! Pero no crean, una hija hubiera sido padre. En fin, Dios me vio muy hombre ¡Por eso sólo me manda hombres!
Así transcurría el tiempo cuando Jacinto, que era un hombre que siempre estaba de buenas, pasaba por una temporada que se le veía muy triste. Entonces su compadre Filemón le dijo “¡Qué pues compadre! ¿Por qué tan triste? ¡Pos qué!, ¿Tiene problemas?” Él le respondió “¡No compadre, qué va! Está todo bien en casa, como siempre. Lo que pasa es que la Juana que no se resigna y siento feo ver que le hace tantas mandas y novenas a Dios y nada que llega la niña. Ya ve, el Felipín ya tiene cuatro años y la Juana ya no encarga. La pobre sufre que sufre, y yo ya no sé qué hacer. Nuestros hijos son buenos y no nos dan lata, muy por el contrario, usted los conoce ¡bien orgullos estamos de ellos! “Pero bueno… ya ve, la Juana sigue con su pena. En fin… ¡Nos vemos después!”
Cierto día llegó Filemón y le dijo “¡Compadre, ya tengo la solución a su problema! Dicen que en el otro pueblo hay un hombre y su esposa que hacen esos milagros cuando soban a las mujeres y de ahí le manda Dios un hijo, lo que uno pida ¡Dicen que sus santitos son retemilagrosos! ¿Por qué no vamos y vemos? Total, llevemos a la Juana, que nada se pierde y mucho se ganaría ¿Cómo ve compadre, se anima?” Jacinto le dijo “Deje le digo a la Juana y yo le aviso ¡Pos yo creo que sí!”
Entusiasmado, Jacinto llegó a su casa gritando “¡Vieja! ¡Dios te ha escuchado!” Ella abrió tremendos ojotes y le dijo “¿Y tú cómo sabes que Dios me oyó, viejo? Dime ¿Cómo lo sabes?”
Él, con mucha emoción le dijo: “Mi compadre Filemón me dijo de un hombre y una señora que soban a las mujeres y con eso ellas encargan chamacos y uno les dice qué quiere uno, niño o niña ¿Cómo ves vieja? Dicen que sus santitos son ¡Retemilagrosos! ¿Cómo ves, vieja? ¡Vamos para encargar a la niña para que ya tengas tu compañerita!”
Ella, con lágrimas en los ojos, le dijo “Sí viejo, Dios me oyó ¡Mañana vamos! ¡Dile al compadre Filemón que Dios le bendiga y que mañana mismo nos vamos!
Y así, al otro día, los tres fueron a ver a los señores, pero al llegar al domicilio vieron una casucha fea y muy obscura. Al entrar estaba un señor muy mal encarado y una mujer de ojos malignos. Les dijeron: “Pasen y siéntense” Y así lo hicieron.
Estaban sentados los tres y la mujer —mostrándoles muchos santos, a los que no se les veían muy bien las caras— y les dijo: “Bueno, mis santos les darán la niña que tanto quieren, pero cuando nazca ¡Me la tienen que traer!”
Ellos, por la emoción, no preguntaron nada más, sólo que cuánto les debían. A lo que el matrimonio de curanderos respondió: “Cuando nazca la niña —y si es de su agrado— nos pagan, si no ¡Nos la devuelven!” Entonces Jacinto, la Juana y Filemón el compadre salieron de ahí, muy contentos y felices. (Continuará)

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