jueves, 6 de mayo de 2010

Léase al mediodía




La mujer que no quería crecer
(Última parte)


Por Zarkoff


Transcurrió el embarazo sin mayores complicaciones, todo muy tranquilo y en paz, todos estaban muy contentos y haciendo grandes preparativos para cuando llegara la niña, todo era dicha y algarabía.
Llegó el momento del parto —que transcurrió sin complicaciones— y nació una niña blanca como la nieve, con el cabello rojo y los ojos grises ¡muy bonita! Al principio estaban muy sorprendidos por el color de sus ojos pero al paso de los días la bebé se ganó el corazón de todos.
Llegó el momento de ir con los curanderos y así lo hicieron. Cuando entraron los señores les preguntaron que cómo les había ido con la niña, que si aún era de su gusto.
“¿La quieren conservar? ¿O nos la regresan?” Los felices y flamantes padres respondieron al unísono que no. “Estamos muy contentos y felices con nuestra pequeña y ¡no la queremos regresar!”
“De acuerdo —dijeron los curanderos. Bueno, el pago será ¡el alma de su compadre Filemón!”
Ellos se asustaron mucho y les dijeron que por supuesto que no. Entonces los curanderos se convirtieron en demonios y les dijeron con una sardónica carcajada “Nos la llevaremos ¡ja ja ja! No necesitamos su permiso ¡ja ja ja!” Y estupefactos Jacinto y la Juana nomás vieron cómo se les desaparecieron. En ese momento la casita se empezó a evaporarse, los dos salieron corriendo y juraron no decir nada de nada a nadie. “Ellos ya se fueron y no nos harán nada”, se convencieron a sí mismos cuando volvían a casa.
Pasó el primer año de Valentina y la niña era un sol, sólo que sus ojos eran raros, grises y con rayas rojas. Aun así todos la querían mucho.
Cuando Valentina tenía cuatro años parecía de dos. Entonces el compadre Filemón le dijo a Jacinto “Oye compadre ¿como que la ahijada no crece verdá?” Jacinto le dijo “Sí, así es. La voy a llevar al doctor para que le dé inyecciones porque es bien melindrosa con la comida” y así lo hizo.
Valentina, que ya hablaba bien, le dijo “Papi ¿me puedo quedar con mis padrinos a dormir?” Él le respondió “¡Sí claro!” Filemón y Arcadia —la comadre— se quedaron esa día muy contentos con tan deseada niña.
Pero ya entrada la noche Valentina entró al cuarto de Filemón y él le dijo “M’ija ¿qué quieres?” Ella se acercó a él y le dijo “¡Tu sangre padrino!” Él se quedó estupefacto ante tal respuesta. Se sorprendió y abrió tremendos ojotes porque vio cómo Valentina iba creciendo ante sus ojos y se convertía en un demonio al tiempo que aparecieron los curanderos que el mismo Filemón había recomendado para encargar a Valentina. El compadre quiso gritar pero el terror se lo impidió cerrándole la garganta. En ese momento el esposo curandero se convirtió en lobo y la mujer en vampiro. Entonces Filemón comprendió que los tres eran demonios ¡incluida Valentina!
A la mañana siguiente encontraron al inocente compadre Filemón ¡sin gota de sangre! El doctor estaba muy sorprendido al ver cómo se le había secado toda la sangre. Su mujer, la comadre Arcadia estaba desconsolada y, Valentina, la terrorífica nenita ¡hipócritamente la consolaba!
Valentina iba creciendo muy poco a poco y así llegó a los doce años de edad y no crecía ¡y no crecía!
La gente que la rodeaba iba muriendo. Sus papás reflexionaban “¿Será que los curanderos vienen y matan a la gente como a Filemón?” Ellos nunca se imaginaban que su hija era un demonio. Mucho tiempo Valentina y sus papás anduvieron viviendo de pueblo en pueblo porque la gente murmuraba que estaba endiablada y entonces contaban historias acerca de ella.
Eso no importaba en lo más mínimo a Valentina que amaba a su hermano mayor y les decía a los papás —¡Quiero que él me quiera a mí! Un día la Juana le respondió “No porque tú ¡nunca crecerás!”
Ella se enfureció y se fue a su cuarto y entre sollozos decretó “Bueno, entonces él nunca envejecerá y nunca morirá pero ¡tampoco se casará con nadie! ¡Así siempre me cuidará a mí como su hermanita menor!” En represalia también a Jacinto y a la Juana ¡los mataron Valentina y los demonios!
Pasaron las décadas y de la familia ya sólo quedaban Valentina y su hermano mayor. Así pasaban los años y novia que su hermano tenía ¡novia que moría!
Él empezó a ver cómo sus amigos iban envejeciendo y muriendo ¡pero él no! Un día ya no aguantó y le gritó “¡Valentina, ven! Oye aquí pasa algo raro, tú no creces y yo no envejezco y eso ¡no es normal!”
Entonces ella le contestó “No lo sé. Y, si yo creciera ¿me amarías y viviríamos juntos?” Él le aclaró cariñosamente “¡Nooooo mi nenita! Si tú crecieras, yo me casaría y viviría con mi familia y tú con tu familia”.
Eso no le gustó a la “niñita”. Entonces Valentina le dijo: “¡Tengo miedo, no me dejes!”
A lo que el hermano respondió “No te preocupes chiquita ¡yo siempre estaré contigo!” Ella sonrió maléficamente pues por las noches —mientras él dormía— ella le borraba la memoria, él no sabía que ya tenían ambos ¡más de 200 años!
Cuentan que tuvo que venir Satanás a matarlos pues ¡no podían morir!
Les juro que esto pasó en San Salvador el Seco, en el mero centro de Puebla.

leasealmediodia@hotmail.com

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